"Las
nuevas fronteras de la genética y el riesgo de la eugenesia"
DISCURSO
DE SS BENEDICTO XVI
A
LOS PARTICIPANTES DE LA ASAMBLEA ORDINARIA
DE
LA ACADEMIA
PONTIFICIA PARA LA VIDA
21
de febrero de 2009
Excelencias;
venerados
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres
académicos;
amables
señoras y señores:
Me
alegra en particular recibiros con motivo de la XV asamblea ordinaria de la Academia pontificia para
la vida. En 1994,
mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II la instituyó
bajo la presidencia de un científico, el profesor Jerôme Lejeune, interpretando
con clarividencia la delicada tarea que debería desempeñar en el decurso de los
años. Agradezco al presidente, monseñor Rino Fisichella, las palabras con las
que ha introducido este encuentro, confirmando el gran compromiso de
la Academia
en favor de la promoción y la defensa de la vida humana.
Desde
que, a mediados del siglo XIX, el abad agustino Gregor Mendel, descubrió las
leyes de la herencia de los caracteres, hasta el punto de que se le ha
considerado el fundador de la genética, esta ciencia ha dado pasos gigantescos
en la comprensión del lenguaje que está en la base de la información biológica y
que determina el desarrollo de un ser vivo. Por este motivo, la genética moderna
desempeña un papel de particular importancia dentro de las disciplinas
biológicas que han contribuido al prodigioso desarrollo de los conocimientos
sobre la arquitectura invisible del cuerpo humano y los procesos celulares y
moleculares que presiden sus múltiples actividades.
Hoy
la ciencia ha llegado a desvelar tanto los diferentes mecanismos recónditos de
la fisiología humana, como los procesos que están vinculados a la aparición de
algunos defectos heredables de los padres, así como procesos que hacen que
algunas personas queden más expuestas al riesgo de contraer una enfermedad.
Estos conocimientos, fruto del ingenio y del esfuerzo de innumerables
estudiosos, permiten llegar más fácilmente no sólo a un diagnóstico más eficaz y
precoz de las enfermedades genéticas, sino también a producir terapias
destinadas a aliviar los sufrimientos de los enfermos y, en algunos casos,
incluso a devolverles la esperanza de recobrar la salud. Además, desde que se
dispone de la secuencia de todo el genoma humano, también las diferencias entre
un sujeto y otro, y entre las diversas poblaciones humanas, se han convertido en
objeto de investigaciones genéticas que permiten vislumbrar la posibilidad de
nuevas conquistas.
El
ámbito de la investigación sigue estando hoy muy abierto y cada día se descubren
nuevos horizontes, que en gran parte están inexplorados. El esfuerzo del
investigador en estos ámbitos tan enigmáticos y valiosos exige un apoyo
particular; por eso, la colaboración entre las diferentes ciencias es un apoyo
que no puede faltar nunca para llegar a resultados que sean eficaces y al mismo
tiempo produzcan un auténtico progreso para toda la humanidad. Esta
complementariedad permite evitar el riesgo de un reduccionismo genético
generalizado, que tiende a identificar a la persona exclusivamente con la
referencia a la información genética y a su interacción con el ambiente.
Es
necesario reafirmar que el hombre siempre será más grande que todo lo que forma
su cuerpo, pues posee la fuerza del pensamiento, que siempre tiende a la verdad
sobre sí mismo y sobre el mundo. Se demuestran llenas de significado las
palabras de un gran pensador que fue también un buen científico, Blas Pascal:
"El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una
caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un
vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero, aun cuando el universo lo
aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, porque sabe que
muere y lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada
de esto" (Pensamientos, 347).
Así
pues, cada ser humano es mucho más que una singular combinación de informaciones
genéticas que le transmiten sus padres. La procreación de un hombre no podrá
reducirse nunca a una mera reproducción de un nuevo individuo de la especie
humana, como sucede con un animal cualquiera. Cada vez que aparece en el mundo
una persona, se trata siempre de una nueva creación. Lo recuerdan con profunda
sabiduría las palabras del Salmo: "Tú has creado mis entrañas, me has tejido en
el seno materno. (...) No desconocías mis huesos cuando, en lo oculto, me iba
formando" (Sal 139, 13.15). Por tanto, si se quiere entrar en el misterio
de la vida humana, es necesario que ninguna ciencia se aísle, pretendiendo que
posee la última palabra. Por el contrario, hay que compartir la vocación común
para llegar a la verdad, aun con la diferencia de las metodologías y de los
contenidos propios de cada ciencia.
En
cualquier caso, vuestro congreso no sólo analiza los grandes desafíos que la
genética debe afrontar; también estudia los riesgos de la eugenesia, práctica
que ciertamente no es nueva y que en el pasado ha llevado a aplicar formas
inauditas de auténtica discriminación y violencia. La desaprobación de la
eugenesia utilizada con la violencia por un régimen estatal, o fruto del odio
hacia una estirpe o una población, está tan profundamente arraigada en las
conciencias que quedó registrada formalmente en la Declaración universal
de derechos humanos. A pesar de ello, en nuestros días siguen apareciendo
manifestaciones preocupantes de esta odiosa práctica, que se presenta con rasgos
diversos. Es verdad que no se vuelven a proponer ideologías eugenésicas y
raciales que en el pasado humillaron al hombre y provocaron enormes
sufrimientos, pero se insinúa una nueva mentalidad que tiende a justificar una
consideración diferente de la vida y de la dignidad de la persona fundada en el
propio deseo y en el derecho individual. De este modo, se tiende a privilegiar
las capacidades operativas, la eficiencia, la perfección y la belleza física, en
detrimento de otras dimensiones de la existencia que no se consideran dignas.
Así se debilita el respeto que se debe a todo ser humano, incluso en presencia
de un defecto en su desarrollo o de una enfermedad genética, que podrá
manifestarse en el transcurso de su vida, y se penaliza desde la concepción a
aquellos hijos cuya vida no se considera digna de vivirse.
Es
necesario reafirmar que toda discriminación ejercida por cualquier poder con
respecto a personas, pueblos o etnias basándose en diferencias debidas a reales
o presuntos factores genéticos, es un atentado contra la humanidad entera. Hay
que reafirmar con fuerza que todo ser humano tiene igual dignidad por el hecho
mismo de haber llegado a la vida. El desarrollo biológico, psíquico y cultural,
o el estado de salud, no pueden convertirse nunca en un elemento de
discriminación. Por el contrario, es preciso consolidar la cultura de la acogida
y del amor, que testimonian concretamente la solidaridad con quien sufre,
derribando las barreras que la sociedad levanta con frecuencia discriminando a
quien tiene una discapacidad o sufre patologías, o peor aún, llegando a la
selección y al rechazo de la vida en nombre de un ideal abstracto de salud y de
perfección física. Si se reduce al hombre a objeto de manipulación experimental
desde las primeras fases de su desarrollo, eso significa que las biotecnologías
médicas se rinden al arbitrio del más fuerte. La confianza en la ciencia no
puede hacer olvidar el primado de la ética cuando está en juego la vida humana.
Confío
en que vuestras investigaciones en este sector, queridos amigos, continúen con
el debido empeño científico y la atención que la instancia ética exige al
tratarse de problemas tan importantes y decisivos para el desarrollo coherente
de la existencia personal. Este es el deseo con el que quiero concluir este
encuentro. Invocando sobre vuestro trabajo abundantes luces celestiales, con
afecto os imparto a todos vosotros una bendición apostólica especial.
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Libreria Editrice Vaticana